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Fantoche número 11

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INDICE

40 AÑOS DE TÍTERES. LA TARTANA

Luis Fernando de Julián

EL MALENTENDIDO ENTRE LO ANTIGUO Y LO MODERNO

Adolfo Ayuso

MIRADA TRANSVERSAL

Joaquín Hernandez

DE CÓMO LO TÍTERES SE VOLVIERON NIÑOS DE VERDAD

Rey Fernando Vera García

CARTELES DE TEATRO POLACO

Colección Ángel Facio

EL TÍTERE COMO HERRAMIENTA DE INTERVENCIÓN SOCIAL Y PEDAGÓGICA

Moreno Pigoni

EL PAPEL DE LA MUJER EN LOS CUENTOS POPULARES

Antonio Rodríguez Almodóvar

LA MADERA Y LA CATARATA

Cariad Astles

LAS MARIONETAS FURIOSAS DE FRANCISCO NIEVA

Adolfo Ayuso

EDITORIAL

La libertad de creación

El hecho artístico es un largo proceso reflexivo que nace de la observación de la realidad para después recrearla y transformarla. Pero la creación artística no es sólo un acto íntimo, una manifestación que procura un gozo intelectual o meramente contemplativo, sirve también para mejorar la vida de los demás, para procurar ciudadanos de espíritus observadores y críticos. El Arte, por lo tanto, no es neutral, tiene vocación transformadora, provoca cambios en las ideas y en las realidades sociales. Para lograrlo, la creación tiene que transcender del ámbito privado de su autor, mostrarse a los demás con todo su esplendor para que adquiera así su verdadero significado expresivo convirtiéndose entonces en Arte. Pero en este arduo proceso creativo, el artista sufre todo tipo de interferencias que mediatizan su creación. La primera interferencia que puede sufrir el creador es la autocensura; los límites éticos o estéticos que él mismo se impone buscando la “corrección” y renunciando entonces a la faceta transgresora del arte. Otro factor que condiciona la creación artística es el mercantilismo. Con frecuencia, las instituciones públicas hacen dejación de su obligación de defender y apoyar el arte y la cultura como bien público de interés general que indiscutiblemente es. Para justificar tal abandono, se intenta convencer a las compañías de teatro con el “mantra” de que son “industrias culturales”, que deben procurarse la autosuficiencia económica y salir al mercado a vender sus montajes teatrales como si de una mercancía cualquiera se tratara. De este modo, el arte y la cultura se cosifican. El trabajo del creador se resiente urgido por la inmediatez de producir buenos resultados económicos, acuciado por la necesidad imperiosa de sobrevivir, atrapado en ocasiones en la producción de espectáculos “de batalla” o con temática referida al gran fasto que ese año toca festejar o conmemorar porque es lo que vende. Suele ocurrir entonces que si es industria quizá no sea Arte. Otro factor que interfiere en la producción artística es el intrusismo. El teatro de títeres para niños padece una tensión constante con el mundo de la educación. Al trabajar el titiritero con edades muy sensibles, la pedagogía tiende a inmiscuirse amablemente en su trabajo para señalar cuáles deben ser los contenidos y enfoques de sus espectáculos. Fue así como se impuso la obligación de redactar las “fichas pedagógicas” que tan imprescindibles se han hecho en la programación escolar. Una tarea asumida que ya casi nadie cuestiona y que no debiera realizar el titiritero, porque fijar los objetivos a trabajar en el aula antes o después de ver una obra, es misión del maestro porque está formado para ello. Por consiguiente, la función primordial del teatro no es la educadora (cuestión diferente es que las herramientas del teatro sean de gran utilidad en la educación); no persigue aleccionar o moralizar, ni encauzar comportamientos humanos. Es cierto que el teatro es poliédrico, pero su gran valor reside en su potente facultad de provocar, de inquietar o emocionar, de transgredir, de inquirirnos para que reflexionemos de modo crítico sobre la realidad compleja que nos rodea. La creación artística tampoco es ajena a un nuevo paradigma social que intenta preponderar con fuerza: la ideología de pensamiento único que destierra la opinión diferente y que pretende ciudadanos dóciles y uniformados. El único reproche que debe soportar la propuesta artística de un titiritero es el del público. Tomar a los creadores como rehenes de disputas políticas, exponerlos como señuelos en la plaza pública, victimizarlos con ataques desaforados, convertir un hecho artístico (acertado o no) en un delito de opinión, no puede ser nunca admisible en una sociedad democrática y de pensamiento plural. Sucesos recientes de esta índole, han servido para constatar que hay que seguir reivindicando con fuerza la libertad de creación para que el acto de crear no devenga en un comportamiento casi heroico. Según lo indicado, aunque no haya verdades absolutas en lo concerniente a la libertad de creación, no obstante, si hacemos un análisis crítico de cualquier proceso creativo, podemos concluir que hay múltiples factores que lo interfieren y dificultan. Por eso, de igual modo que para el docente “la libertad de cátedra” es un derecho reconocido de larga tradición, para el artista, la libertad de creación debiera ser un derecho inviolable, un refugio seguro donde poder cobijarse de intromisiones ajenas. Sin libertad no hay Arte.

Ramón del Valle Vela

Miembro del equipo de redacción

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